No sé si es bueno o malo, pero se me perdió el control remoto del televisor. Ayer, en el papel de invasor de otra habitación, tuve el placer del chileno medio (mover el dedo, jugar a elegir tras un agotador día laboral).
Entre las cumbias de Américo, la "serie nacional" (que todos sabemos qué implica) y Cara y sello, elegí repartir el tiempo entre el docu reality de Mega y el Festival de Viña (everybody up).
El programa documental seguía a un grupo de niñas "pelo lais" y a otro de jóvenes de alguna indescifrable tribu urbana donde acostumbraban a vestirse de mujer en escenario de alguna sudorosa discoteque.
Me llamaron la atención dos cosas. La primera es que en una inocente conversación sobre la virginidad una de las protagonistas del ABC1 hablaba sobre los requisitos de amor y confianza para "entregar la flor" al hombre indicado. Lo ideal era guardar ese momento para el matrimonio, argumentaba. "Pero ya no fue" dijo, de seguro, sin pensarlo mucho la amiga que estaba al frente. Las caras rojas se hicieron presentes y la respuesta de la aludida no se dejó esperar "huevona, tú tampoco", alcanzó a decir.
La rareza de la tribu urbana no dejaba de parecer destacable, pero lo que me impresionó (desde mi rural locación) fue que las adolescentes iban al paseo Ahumada como si se trasladaran hacia un país lejano, desconocido, infranqueable. Hubo que preguntarle a los pasajeros y al chofer para descubrir dónde bajarse. "Huevona, acá roban brígido" advirtió una mujer a la otra en el paseo peatonal. Por la realización de un programa de televisión, se dirigían, por primera y muy probablemente por última vez, a ese lugar distante, contemplado desde los noticieros. Conocían el paseo Ahumada.